martes, 4 de febrero de 2014

Convención del PP de Valladolid: palabras huecas y espíritu de secta

Los niveles de pobreza del discurso político en España -y no sólo en nuestro país- son cada vez más alarmantes. Lo comprobamos en los debates parlamentarios, en las campañas electorales, en los congresos y convenciones,...

En lugar de hablar de los problemas que tiene la gente, de debatir sobre diagnósticos y soluciones a problemas que son complejos y que por lo tanto no se pueden despachar con meros eslóganes propagandísticos, los actos políticos con proyección mediática se van reduciendo cada vez más a una sucesión monocorde de discursos vacíos o con muy escaso contenido, repletos eso sí de palabras más rimbombantes que efectistas y casi siempre huecas, de autobombo y sectarismo hacia el adversario político. 

Jamás se reconocen los errores, y si se tiene que hacer frente a acusaciones graves, por ejemplo de corrupción, se acude sistemáticamente a la táctica del calamar, al "y tú más". Nunca se asumen responsabilidades, todo lo más propósitos de la enmienda para el futuro, pero como no se reconoce la culpa, lo cual es una contradicción en sus propios términos, carecen de toda credibilidad.

La Convención que el PP ha celebrado en Valladolid el pasado fin de semana ha alcanzado cotas muy elevadas de todo esto. 

El mejor muestrario del peor discurso político lo ofrecieron Rajoy y Cospedal, los números uno y dos del partido. 

Rajoy alcanzó su particular cumbre cuando se atrevió a mandar callar a Rubalcaba, tuteándole de modo irrespetuoso, nada menos que por no reconocer todo lo que había hecho el Gobierno para salir de la crisis. Lo hizo utilizando de forma burda la identificación entre el esfuerzo de todos los españoles y la labor del Gobierno, como si fueran la misma cosa. Su actitud en este ataque a Rubalcaba fue una lamentable y preocupante conjunción de sectarismo y de autoritarismo; y de ignorancia en el diagnóstico de lo que nos está pasando.

Difícilmente van a pensar que se ha salido de la crisis, o que se está ya en la rampa de salida, los casi seis millones de parados, los 13 millones de pobres, los 3 millones de personas que viven en la pobreza severa, los que han visto reducido sus salarios, sus pensiones y sus prestaciones sociales, etc., es decir la gran mayoría de la población española. Y mucho menos aún que esto se ha hecho "con el esfuerzo de todos" [con el de los que más tienen ha llegado a decir el inefable Carlos Floriano] cuando saben, o intuyen y acabarán sabiéndolo, que la desigualdad se ha disparado en España hasta colocarnos en el segundo país más desigual de  Europa, sólo por debajo de Letonia, que los beneficios de las grandes empresas se han multiplicado, que las retribuciones de sus directivos han subido fuertemente, o que 20 personas (sí, sólo veinte) ganan más que el 20 % de los españoles, que son 9,6 millones de personas.

María Dolores de Cospedal sentó a su lado y al de los líderes del PP a su marido, Ignacio López del Hierro, acusado de prácticas corruptas en sus negocios. Insólito gesto de soberbia y de desprecio a una ciudadanía asqueada por la corrupción hasta el punto de que en la reciente encuesta promovida por la Comisión Europea, el 95 % de los españoles considera que existe una corrupción generalizada. También en esto, lamentablemente, estamos a la cabeza de Europa.

La secretaria general del PP nos deparó dos muestras supremas de esa nefasta combinación, tan habitual en los discursos políticos que padecemos los españoles, de patrioterismo de partido barato con sectarismo que envuelven a la nada. A la "nada" se refirió precisamente doña Dolores de Cospedal afirmando que en España, políticamente hablando, más allá del PP está la nada. Como en lugar de bochorno percibió fervor entre los asistentes lo remachó diciendo que lo que distingue al PP es que es el único partido que ama a España. Y se quedó tan fresca y ufana.

Palabras huecas, discursos vacíos,...Así es el discurso político de nuestro país en demasiadas ocasiones. Continuar así cuando se conoce la abrumadora desconfianza y creciente hostilidad del pueblo español hacia los políticos es sencillamente suicida


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