jueves, 9 de octubre de 2014

La izquierda frente al Estado Islámico (II)

Javier Doz |
nuevatribuna.es | 09 Octubre 2014 

En la primera parte del artículo sostenía que es inevitable realizar una intervención política y militar contra el Estado Islámico en Iraq y Siria para ayudar a la población de los dos Estados y para evitar que una amplia zona del territorio de ambos, si no la totalidad de los mismos, caiga en manos de la más poderosa organización yihadista que haya existido nunca. Su consolidación en ese territorio permitiría al EI utilizarlo como plataforma para preparar acciones terroristas en Europa y otros países y para nuevas guerras de conquista de territorio que le permitieran progresar hacia su califato ideal. Después de ver cumplidas, el 11 de marzo de 2004, las amenazas de Al Qaeda contra España, por la intervención del gobierno de Aznar en la Guerra de Iraq, conviene no menospreciar en absoluto las amenazas de las organizaciones yihadistas.
Por estas razones y las expuestas en la primera parte del artículo no puedo entender que una parte de la izquierda no dé ninguna alternativa práctica para salvaguardar los bienes más preciados a defender en esta compleja y despiadada guerra: la vida, la integridad física y moral, la libertad y el bienestar de millones de personas. Tampoco puedo entender que su discurso y sus argumentos históricos y políticos, algunos de ellos ciertos, acaben siendo el reverso de los discursos intervencionistas que se basan sólo en consideraciones geopolíticas; o que, en algunos casos, se fundamenten casi en exclusiva en la premisa de que todo lo que venga de los EE UU es necesariamente malo.
Para tener un plan político sólido que permita alcanzar los objetivos mencionados, que difícilmente pueden dejar de ser rechazados por cualquier fuerza de izquierdas, hay que resolver, o tener en cuenta, problemas regionales muy profundos y complejos y líneas de fuerza actuantes que contienen factores contradictorios.
La Guerra de Siria
El primero problema, inseparable de cualquier solución, es el de la Guerra Civil Siria, desencadenada meses después de que en el Día de la Ira, del 15 de marzo de 2011, se iniciaran grandes movilizaciones de masas pacíficas que fueron brutalmente reprimidas por el ejército de Bashar al-Assad con armamento pesado. Desde entonces, la cifra de víctimas mortales ha superado, según la ONU, las 200.000, y el número de desplazados de sus hogares 9,6 millones, cerca de la mitad de la población, tres de ellos fuera del país. En la lucha militar contra la sanguinaria dictadura de los Assad, el Ejército Libre Sirio (ELS) ha ido perdiendo peso frente a los grupos de combatientes islamistas suníes[1]. Dentro de estos, el ISIS/EI se va convirtiendo aceleradamente en la fuerza principal que lucha contra todos: gobierno de Damasco, ELS y también contra los demás grupos islamistas (incluido Al Nusra, filial de Al Qaeda), al tiempo que implanta la sharia y el terror en los territorios que ocupa en Siria e Iraq, donde acaba por proclamar el Califato. A estas organizaciones, en particular aI EI, se han incorporado miles de yihadistas suníes voluntarios, procedentes de muchos países, principalmente de Europa, Norte de África y Oriente Próximo.  Apoyando al gobierno de Bashar al-Assad, luchan miles de milicianos chiíes libaneses de Hezbollah y guardianes de la revolución iraníes. Se trata, pues, de una guerra ya regionalizada, aunque sea parcialmente porque todavía no se han enfrentado Estados entre sí, directamente.
Existen otros factores que hay que tener en cuenta a la hora de plantear una salida justa y duradera. La necesidad de superar -o debilitar al máximo- la componente religiosa del conflicto y sus proyecciones políticas, evitando, por ejemplo, volver a caer en experiencias tan nefastas como la del gobierno sectario de Al Maliki en Iraq. Esto debería contribuir a poner en sordina las grandes y antiguas rivalidades entre Irán y Arabia Saudí por la hegemonía geopolítica en la región, que han incentivado que Arabia Saudí –en competencia con un nuevo rival interno en el campo suní, Qatar- haya financiado y suministrado armas a los yihadistas salafistas, incluidos algunos que se integraron en el EI. Mientras, Irán hacía lo propio con el régimen de Damasco.
Estrategia política y militar en el marco de la ONU
Cualquier intervención militar contra el EI que, como mínimo, pretenda no repetir los fracasos de Afganistán, Iraq y Libia, tiene que ir acompañada de un proyecto político coherente. Como lo tuvieron los Aliados para Alemania, Japón -y el mundo, en general- al término de la 2ª Guerra Mundial (dejando al margen su distorsión como consecuencia de la Guerra Fría). Los pilares de ese proyecto, para Siria e Iraq, son: democracia (por definición laica) y desarrollo económico y social impulsado por un vasto plan de  cooperación internacional. En el caso de Siria, se necesita un esfuerzo especial para reconstruir un país arrasado por la guerra[2]. Para desarrollar todas las componentes de la intervención sería necesario convocar una Conferencia Internacional, auspiciada por la ONU, en la que participaran los países de la Región.
Cualquier nueva intervención en Oriente Próximo también requiere, en paralelo, un abordaje serio y coherente del conflicto entre Israel y Palestina. Y esto pasa necesariamente por un plan que promueva la creación de un Estado palestino y el reconocimiento efectivo de los derechos de su pueblo ya proclamados por la ONU. No se puede pretender ser creíble ante las poblaciones de Oriente Próximo mientras se permite que Israel boicotee impunemente todos los planes de paz y se apoye o acepte pasivamente la masacre de la población civil de Gaza como respuesta a un acto terrorista individual.
Resulta evidente que la legitimidad de un plan de esta naturaleza, como la de cualquier otro similar, requiere de su aprobación por el Consejo de Seguridad de la ONU. Para ello resulta necesario contar con la colaboración de Rusia que, aunque está interesada en la destrucción del EI, no va a permitir que el Consejo de Seguridad avale con su voto el derrocamiento del gobierno aliado sirio. Rusia, además, mantiene las relaciones con EE UU y la UE bajo mínimos por el conflicto de Ucrania. Pero, la perspectiva de una guerra circular en Siria, con tres bloques, cada uno de los cuales lucha contra los otros dos, no ayuda al fin de la guerra y, menos aún, a una salida política estable y democrática. ¿Significa esto que hay que sacrificar al pueblo sirio y su derecho a vivir en una sociedad democrática al interés inmediato de derrotar al EI? No, en absoluto. De entrada, hay que partir de que la peor perspectiva para el pueblo sirio y para las fuerzas democráticas de oposición a la dictadura de  Al-Assad es la de una continuidad de la guerra, en la que progresivamente EI (flanqueado por Al Nusra, o el Frente Islámico) se hiciera con una completa hegemonía en el bando opositor. Entonces entre Al-Assad y el EI se escogería al primero. Por eso, hay que pactar con Rusia una salida política de la primigenia guerra de Siria que, forzosamente, debe significar la salida del poder de los Assad. Así se podrá aprobar, en el Consejo de Seguridad de la ONU, el marco jurídico y político de una intervención militar contra el EI y la reconstrucción democrática de Siria. Esto sería la mejor salida para todos, en particular para la oposición democrática, y desde luego para el pueblo sirio. Aunque llevara consigo concesiones geopolíticas a Rusia y una salida no traumática para los actuales gobernantes sirios, merecería ser defendida desde los valores democráticos y de izquierdas dada la complejidad del conflicto y su peligrosidad potencial. Hay que proponer soluciones prácticas que pongan fin a tanto sufrimiento de tanta gente para abrirles un futuro con esperanza. Esa es la razón de ser de la diplomacia.
Diplomacia, financiación y fronteras
Por supuesto que para que una solución de esta índole progrese es necesaria una diplomacia vigorosa, algo que parece ausente del mundo en los últimos años. La UE, como tal, tiene una política exterior muy débil. Las principales potencias diplomáticas europeas (Francia, Alemania y el Reino Unido) se han cuidado de que no fuera fuerte. Catherine Ashtom ha personificado esta debilidad. La nueva Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, es una incógnita completa. Pero no se puede caer en la desesperanza y la melancolía. Hay que comenzar por exigir un plan claro a la UE, los EE UU y la ONU.
Para derrotar al EI, tan importante como la acción militar es acabar con sus fuentes de financiación y con los centros de reclutamiento y las rutas de acceso de las armas y los yihadistas extranjeros. Estos dos tipos de bloqueo requieren de la colaboración decidida de los países vecinos y de otros del Norte de África y Europa. Al respecto, es particularmente importante el papel que Turquía puede jugar. Turquía ha permitido que su frontera con Siria sea un coladero por donde el EI realiza el contrabando de petróleo, su principal fuente de financiación, y por donde entran a Siria los yihadistas extranjeros. El conflicto histórico de Turquía con su población de origen kurdo y la organización política que los representa, el PKK, le ha llevado a desconfiar de un fuerte Kurdistán iraquí, autónomo o independiente, y de que ocurra lo mismo en Siria. Es otro de los principales problemas colaterales a resolver, que interfiere en las soluciones generales, sobre todo si se tiene en cuenta que, en estos momentos, las únicas fuerzas que sobre el terreno se enfrentan decididamente a las tropas del EI son los pesmergas kurdos que luchan por su supervivencia y por su futuro como nación. Al respecto se han sucedido hechos políticos contradictorios: primero el gobierno y el parlamento turcos han aprobado la intervención militar con tropas sobre el terreno contra el Estado Islámico, tanto en Siria como en Iraq; pero, en los últimos días, el gobierno turco parece negarse a intervenir en Kobane, asediada por el EI, lo que ha generado protestas masivas de la población kurda de Turquía, con decenas de muertos.
La mayoría de los analistas militares opinan que no es posible derrotar al EI sólo con bombardeos aéreos, dada la debilidad de las fuerzas de tierra que hasta hoy se le enfrentan, y consideran que es necesario que la coalición de naciones envíe tropas terrestres. Igualmente importante sería su permanencia para asegurar la paz una vez que el EI fuera derrotado. En este caso, una opción legítima sería la de un contingente de Naciones Unidas, que reconvirtiera su misión, tras el fin de las hostilidades, y se convirtiera en un contingente de paz que asegurara la reconstrucción de las zonas devastadas y la construcción del proyecto político democrático.
Las bases de una estrategia
He apuntado algunas de las bases, condiciones y vías de actuación sobre las que debiera asentarse una acción contra el Estado Islámico en Iraq y Siria y por el fin de la Guerra Civil Siria. Se pueden esquematizar en: mandato de la ONU, Conferencia Internacional, coalición político-militar, proyecto político para el futuro de Iraq y Siria – que comprenda: reconstrucción, democracia, cohesión social, laicismo y tolerancia religiosa-, y cooperación internacional para implementarlo. Además, establecer un enfoque bien distinto del dominante hasta el momento, en los EE UU y la UE, sobre el tratamiento del conflicto entre Israel y Palestina que tenga visos de ser aplicado en la práctica.
Algunos objetarán que son demasiados los propósitos y obstáculos para vencer, dados los intereses nacionales e ideológicos en juego, para poner en marcha un plan de esta naturaleza. Y que es casi imposible ir poco más allá de una coalición militar. Se les debe responder que el riesgo de un nuevo fracaso en la región geopolíticamente más explosiva del mundo es muy elevado, y sus consecuencias muy peligrosas, si se interviene sin proyecto político o modelo para construir la paz en la posguerra. No es realista pensar que la región vaya a democratizarse si no se actúa con visión estratégica, coherencia, fortaleza democrática y respeto a las poblaciones. Máxime cuando en la región vecina del Norte de África de los tres países que han tenido revoluciones o rebeliones por la libertad sólo uno permanece con ella: Túnez. Por ello, Túnez debería ser apoyado política y materialmente mucho más de lo que lo está siendo hasta el momento, para que su democracia se consolide y fortalezca. La consolidación de una democracia socialmente justa en Túnez también ayuda en Oriente Próximo. E influiría positivamente para que Egipto retorne del autoritarismo en el que ha vuelto a caer y para que Libia no pierda definitivamente la esperanza de salir del caos en que está sumida.
Luchar contra el paro,  la pobreza y la desigualdad
Un caldo de cultivo de la influencia del islamismo político y del yihadismo es la situación social derivada de la pobreza, la desigualdad y el paro masivo que afecta sobre todo a la población joven, muy mayoritaria en las sociedades árabes. Por eso, algo que habría que proponer en cualquier caso tiene, en el que nos ocupa, doble valor: la reconstrucción material y la construcción política democrática tienen que ir acompañadas de un programa ambicioso de lucha contra el paro, la pobreza y de desarrollo de la cohesión social. En Iraq y Siria, pero también en los demás países de la región y del norte de África.
Conclusión
Una izquierda que quiera transformar la realidad no puede quedarse en declaraciones de principios frente al enorme sufrimiento de millones de personas y el gravísimo riesgo de que un totalitarismo identitario religioso, que practica el terrorismo y el terror de masas, se afiance en un amplio territorio cercano a Europa. Tiene que decir cómo vencer al Estado Islámico, sin caer en los garrafales errores de otras intervenciones – errores que acompañaban a aviesas intenciones ocultas-, y cómo procurar, a las poblaciones que lo  sufren, un futuro de paz, prosperidad y libertad.

[1] Del ELS se escindieron, a finales de 2013, tres organizaciones islamistas que junto con otras cuatro formaron el Frente Islámico. Además, en el verano de 2012 se creó el Frente Al Nusra, que, en abril de 2013, se vinculó a Al Qaeda. Finalmente, en 2013 comenzó a actuar en Siria el Estado Islámico en Iraq y el Levante (ISIS, por sus siglas en inglés), que nació en Iraq como filial de Al Qaeda con quien rompe porque ésta se niega a permitir que amplíe su campo de acción a Siria y porque la considera inoperante. Cuando en junio de 2014 proclama el Califato en los territorios que ocupa en Siria e Iraq pasa a llamarse Estado Islámico (EI)
[2] Samir Aita recoge estimaciones sobre las pérdidas motivadas por la guerra civil y las sitúa en cuatro veces el PIB sirio de 2010 (“¿Qué Siria tras la guerra civil?” en “Siria: esperanzas defraudadas” Alejandra Ortega Ed. Cuadernos de Información Sindical. CCOO.)

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